06 julio, 2009

Victima mortal en el regreso de Zelaya a Honduras

Domingo, 5 de julio

Ocurrió lo que se temía. Un grupo de militares disparó contra la multitud en un momento de especial tensión, mientras se esperaba la llegada del presidente depuesto en las inmediaciones de la terminal aérea. Un joven de 19 años, que había viajado desde un departamento interior para la marcha de hoy, es la primera víctima mortal que deja el golpe militar en Honduras.

En horas de la mañana se celebraba una misa en las instalaciones de Radio Progreso, transmitida por esta emisora a toda la ciudadanía. El jesuita Ismael Moreno declaraba públicamente que respeta a la jerarquía católica pero que no se siente representado por las declaraciones del Cardenal, ni reconoce aquellas como una orientación pastoral valida en estas circunstancias. Los asistentes rompieron en un largo aplauso que recuerda las homilías de Monseñor Romero. El acto estuvo plagado de momentos emotivos y, a pesar de los difíciles momentos por los que atraviesa Honduras, y en particular, esta emisora, flotaba en el ambiente una esperanza renacida de que otro país es posible.

Un malicioso dicho hondureño afirma que en este país “el plomo flota y el corcho se hunde”. Efectivamente, la historia nacional está plagada de paradojas y este domingo vivimos una que pasará a los anales de la historia local. Zelaya, ciudadano sobre el que pesan graves acusaciones judiciales y una orden de captura, no sólo no es perseguido sino que se rechaza su entrada en el país. Resulta evidente que el gobierno provisional no busca evitar la confrontación por razones humanitarias, sino que se siente cada vez más inseguro ante el creciente descontento de un importante sector de la población.

A estas horas, Mel ha recuperado su característico sombrero y de esta guisa da una rueda de prensa en San Salvador. Le acompañan cuatro presidentes y el secretario Insulza. Es el colofón a una jornada laberíntica, más propia de un thriller de Hollywood que de la vida institucional de un estado moderno.

En la tarde de este domingo, casi simultáneamente, sucedieron tantos acontecimientos relevantes, que resultaba muy difícil estar atento a todos los frentes. Dos aviones vuelan desde Washington: uno, de matricula venezolana, se dirige hacia Honduras sin permiso para aterrizar, con Miguel D`Escoto, presidente de la Asamblea de la ONU, y Mel Zelaya a bordo; el otro, el avión presidencial argentino, traslada a su titular, Correa, Lugo e Insulza rumbo a San Salvador, desde donde se quiere poner en marcha una operación diplomática de urgencia, como una especie de retaguardia al regreso de Zelaya; a esa misma hora , en una rueda de prensa en la que comparece el presidente actual y su equipo diplomático, Micheletti acusa sin pruebas a Nicaragua de estar moviendo tropas en la frontera con Honduras al tiempo que, confusamente, ofrece su disposición para negociar nuevamente con la OEA sin aclarar con qué intenciones o en qué términos. Daniel Ortega rechaza inmediatamente desde Managua las acusaciones. Por si fuera poco Zelaya se comunica vía teléfono desde el avión con los periodistas y va desgranando sus reflexiones a medida que se acerca al espacio aéreo hondureño. En un arranque emotivo muy de su estilo, llega a permitirse decir que si tuviera un paracaídas se tiraría para encontrarse con su pueblo, ante la imposibilidad de aterrizar. Abajo miles de civiles rodean el aeropuerto y, al interior de este cerco humano, cientos de militares ocupan la pista haciendo imposible el aterrizaje.

Analizar en su complejidad todo lo ocurrido en esta tarde llevará varios días. Pero es posible vislumbrar que los golpistas han perdido hoy terreno y su gobierno sale debilitado de este fin de semana. En la rueda de prensa que su gabinete brindo esta tarde, Micheletti perdió la calma ostensiblemente con una periodista que puso en cuestión que se le pudiera llamar presidente electo. Salió al quite y nos regaló de nuevo una prolija e incomprensible reflexión más propia de Cantinflas que de un canciller. El presidente vuelve a enrojecer y apenas puede contener su cólera cuando se le pregunta por las presiones que supuestamente está recibiendo por parte de empresarios que apoyaron el golpe hace una semana y que estarían empezando a retirarle su apoyo.

La tesis de que la unidad empresarial se rompe la sostuvo en Radio Globo esta mañana David Romero, conocido periodista capitalino. El rumor no se ha confirmado pero, en cualquier caso, por lo visto y sentido en esta tarde, cabe deducir que el gobierno está perdiendo apoyo, incluso entre las propias fuerzas armadas. Otro de las especulaciones del día fue que algunos coroneles mandaron a sus hombres retirarse ante el avance de las masas. Aun cuando hay razones para suponer que los golpistas se desmoronan ante la presión externa e interna, el nuevo régimen, como un animal herido, podría reaccionar en las próximas horas con mucha más dureza de lo que lo ha hecho hasta ahora. Hay condiciones dadas para jugar la baza del enemigo exterior y, de hecho, hoy el toque de queda se adelanto 3 horas y media sobre lo previsto.

Mañana, por noveno día consecutivo, la población que resiste el golpe se reunirá en horas de la mañana para volver a marchar sobre la capital. Sin duda, nadie esperaba que las acciones de los militares y los golpistas fueran a tener una respuesta tan intensa, organizada y, sobre todo, tan prolongada, por parte de una población hondureña que se ha caracterizado históricamente por una cierta pasividad en su participación en la vida pública. Pero muchas tendencias parecen quebrarse en esta semana. La única que tristemente se perpetúa es la absoluta incapacidad de la clase política hondureña para avanzar en un diálogo constructivo y su escasísimo talante democrático. Zelaya y Micheletti, con dos estilos muy diferentes, son dos caras de una misma moneda. Pero un día más hay que decir que la restitución del primero es condición sine qua non para entablar un diálogo nacional de más amplio alcance, que nos permita superar la partidocracia actual y soñar con una Honduras diferente.

Juan Carlos Gil Rupérez
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