17 octubre, 2007

Nuevas beatificaciones

LOS MÁRTIRES


La Conferencia Episcopal Española ha puesto en marcha una calculada campaña de publicidad anunciando la beatificación de centenares de víctimas de la mal llamada guerra civil. (¿Es que puede haber alguna guerra que sea civil?) Son víctimas, eso sí, exclusivamente de uno de los dos lados enfrentados. Cabe deducir, en consecuencia, que la Iglesia española sólo se siente inclinada por una determinada dirección y da la espalda a los mártires, que también los hubo, que sufrieron su trágico destino en el otro lado de aquel desolador panorama que se dibujó en nuestra España desde el 1936 al 1939 y posteriormente, entonces sí que ya sólo en uno de los lados, durante las décadas de la dictadura franquista.
Los señores Obispos y el Vaticano por lo visto así entienden el mensaje cristiano del trabajo por la paz (Bienaventurados los que hacen obra de paz), por la reconciliación y el perdón (Bienaventurados los misericordiosos), por tender puentes de diálogo y convivencia (Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia). La Conferencia Episcopal Española debe saber y seguro que sabe que así divide a la propia Iglesia, da la espalda a multitud de ciudadanos, compatriotas suyos, que todavía hoy esperan un gesto, siquiera un gesto de petición de perdón y de disculpa por haber colocado la Cruz junto a espadas y fusiles que incrementaron en su día el derramamiento de sangre entre hermanos en lugar de predicar y luchar por la reconciliación.
Somos muchos los creyentes cristianos que nos sentimos obligados a expresar nuestra disconformidad con una Jerarquía católica que no está a la altura de las circunstancias históricas ni, lo que es más importante y descorazonador, a la altura que exige el Evangelio de Jesús, el de la buena noticia salvadora para judíos y gentiles, para pecadores y justos, para publicanos y fariseos, para hijos pródigos y fieles cumplidores de la ley, para samaritanos y galileos.
Dentro de pocos días, allá en el Vaticano, en medio de toda pompa, gloria y esplendor, se honrará a centenares de mártires cuya muerte no fue ni más ni menos execrable que la de otros cientos y miles de compatriotas nuestros cuyos restos todavía hoy buscan sus familias en fosas que hoy afortunadamente se están rescatando del olvido y del miedo. Algunos, que caminan con el mismo ritmo episcopal al tiempo que alzan banderas y buscan letra adecuada para himnos patrios, hablan cínicamente de pasar páginas históricas que les pueden resultar incómodas. Se nos hace difícil a muchos encontrar una interpretación más interesada y sectaria de la historia.
Si mártir significa ser testigo, ser testimonio de algo hasta poner a disposición la vida por ello, nuestros Obispos deberían abrir más su campo de visión. Hay miles de nombres fuera de su lista. Y tenemos el derecho a preguntarnos por qué tanto olvido y por qué tanta lectura parcial de nuestro pasado reciente. Salvo que las actuaciones episcopales de hoy, claro está, no sean otra cosa que la continuidad de los palios, brazos eclesiásticos en alto y bendiciones de tiempos que nos gustaría a los creyentes ver ya definitivamente periclitados.
Quienes provocaron aquella demencial guerra civil nos dejaron a las generaciones futuras una responsabilidad inmensa: la obligación de cerrar heridas, de buscar una salida civilizada a tanto odio, a tanto dolor, a tanto desatino. No parece que ése sea el camino por donde transita la labor episcopal. Ni en ese ni en otros asuntos de diferente calado con los que en los últimos tiempos nos amenizan desde distintos púlpitos y tribunas, alguna por cierto radiofónica y de titularidad eclesiástica.
El mensaje cristiano deja de serlo si no está profundamente impregnado de concordia, de justicia, de esperanza y de solidaridad. Y por cierto, con hechos, no sólo con palabras. Sería deseable que la Conferencia Episcopal, si no es mucho pedir, volviera a considerar aquella senda de luz que pareció abrirse en la etapa del Cardenal Tarancón. Y de paso, tampoco estaría nada mal que tras invocar al Espíritu Santo, en la próxima sesión del plenario de las mitras españolas se leyera en voz alta una famosa homilía que el mismo Monseñor Tarancón pronunció allá por las postrimerías de mil novecientos setenta y cinco. ¿O es que también les resulta incómoda?


Ramón Sabaté Ibarz
Profesor de Secundaria

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